Deberíamos hacer un contrato,
un pacto entre tú y yo.
Un acuerdo que se llame “Nos querremos para siempre.”
Uno que estipule que nos guardaremos en la memoria,
que seguiremos el rastro cuando nos perdamos en nosotros mismos,
que seremos prioridad cuando haya muchas cosas por hacer.
Una cláusula que mencione hacer el amor en el mar,
y en otra que yo cocino todos los días excepto los domingos,
ya que ese día saldremos a rodar y te invitaré a almorzar.
No olvidemos incluir que el primer día te diré cuanto te amo,
tomaré tu brazo cuando caminemos por la calle,
te abrazaré cuando estemos sobre la moto y que,
de vez en vez, miraremos las estrellas y los paisajes.
Entre las condiciones debe estar que seremos fieles.
Por favor, agrega que nos acurrucaremos cuando haga frío,
que tendremos nuestro propio lenguaje, uno telepático con miradas,
una sonrisa o un guiño, que sabremos cuando queramos salir a rodar;
que haremos travesuras para romper la rutina
y la obligación de comunicarnos cuando algo nos moleste.
Entre las generalidades habrá que escribir que reiremos todo el tiempo,
que tendremos un apodo de cariño y me darás un millón de besos diarios,
y uno que otro detalle que motiven mi pasión por las motos,
aunque claro estoy dispuesto a negociar.
Por último, en anexos, sólo quiero anotar que puedes contar conmigo para lo que necesites,
que eres lo mejor que me ha pasado,
que te quiero como nunca y como siempre,
que intentaré hacerte feliz todos los días.
No hagas caso de lo suspicaz de un papel,
porque mi contrato no expira,
está escrito en mi corazón, el primero y el único,
que cuando quieras, mi amor es tu refugio,
tú el mío y mi motocicleta tu mejor medio de transporte.